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CEUTA, España — Daouda Faye, un migrante de 25 años de Senegal, se sintió eufórico cuando escuchó que los guardias fronterizos marroquíes habían comenzado repentinamente a hacer señas a los migrantes indocumentados para que cruzaran la frontera de Ceuta, un enclave español cercado en la costa del norte de África.
“Entren, chicos”, les dijeron los guardias a él y a otros cuando llegaron a la frontera el 17 de mayo, dijo Faye.
Y entraron, por miles.
Normalmente, Marruecos controla estrictamente las fronteras cercadas alrededor de Ceuta, una península de poco menos de diez kilómetros de largo en la costa norte de Marruecos que está bajo el dominio de España desde el siglo XVII. Pero ahora su ejército permitía la entrada de inmigrantes en este reducto de Europa. En los dos días siguientes, hasta 12.000 personas cruzaron la frontera de Ceuta con la esperanza de llegar a la España peninsular y saturaron la ciudad de 80.000 habitantes.
La crisis ha puesto de manifiesto el singular punto de presión que ejerce Marruecos sobre España en materia de migración. Funcionarios del gobierno español y otros expertos afirman que Marruecos considera cada vez más a los inmigrantes como una especie de moneda de cambio y aprovecha su control sobre ellos para conseguir beneficios financieros y políticos de España.
“No es admisible que haya un gobierno que diga que se atacan las fronteras”, dijo el lunes Pedro Sánchez, presidente del gobierno español, “por desavenencias, diferencias y discrepancias en política exterior”.
Pocas horas después de que los migrantes empezaran a entrar en Ceuta, España aprobó una ayuda de 30 millones de euros, unos 37 millones de dólares, a Marruecos para vigilancia de la frontera. La operación recordaba al acuerdo de Turquía con la Unión Europea por el que se le pagó para frenar la avalancha de migrantes en las costas europeas tras la Primavera árabe y décadas de agitación en Afganistán.
Durante años, Marruecos ha sido un lugar de paso para los migrantes procedentes del norte y el oeste de África, que buscan empezar de nuevo en Europa. En Marruecos hay unos 40.000 inmigrantes indocumentados de otros países, según la Organización Internacional para las Migraciones, una agencia de las Naciones Unidas.
Las fuerzas de seguridad marroquíes suelen ser uno de los últimos obstáculos en un arduo viaje, ya que patrullan las fronteras terrestres y acuáticas y recogen a muchos deportados que escapan a los dos enclaves españoles en virtud de un convenio entre los países.
Pero las tensiones entre los dos países por los migrantes se han agravado durante la pandemia, que ha paralizado las economías de ambos lados de la frontera. Se calcula que Marruecos ha recibido 13.000 millones de euros de la Unión Europea desde 2007 en fondos de desarrollo a cambio de estrictos controles fronterizos. Los expertos aseguran que está buscando más transferencias de dinero este año.
Sin embargo, los intereses de Marruecos y sus tensiones con España van más allá de los recursos financieros.
En abril, España dijo que había permitido que Brahim Ghali, líder rebelde en guerra con Marruecos, fuera hospitalizado en la península ibérica después de contraer COVID-19. La organización de Ghali, el Frente Polisario, lleva décadas combatiendo contra el reino norteafricano por una controvertida reivindicación sobre la región del Sahara occidental, que solía ser una colonia española.
A principios de mayo, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Marruecos advirtió a España de que habría consecuencias por ayudar al líder del Frente Polisario.
José Ignacio Torreblanca, profesor de política en la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid, dijo que Marruecos estaba usando ahora su control sobre los migrantes en la frontera para presionar a España para que se ponga de su lado en el conflicto del Sahara Occidental, siguiendo el ejemplo del gobierno de Donald Trump, que el año pasado reconoció la presunta soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental.
“Están convirtiendo a la migración en un arma”, dijo.
En un comunicado el lunes, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Marruecos no respondió a la acusación de España de que había utilizado la migración para obtener beneficios. Dijo que “la génesis y las razones profundas de la crisis son ya bien conocidas, principalmente por la opinión pública española”, y no dio más detalles.
La situación ha dejado a migrantes como Faye, un estudiante universitario que esperaba estudiar en París, durmiendo en una playa de la costa rocosa de Ceuta, con el Peñón de Gibraltar visible a la distancia.
“Nos usaron como peones”, dijo.
Faye dijo que llevaba un año viviendo como inmigrante indocumentado en Casablanca cuando se enteró a mediados de mayo de que los guardias fronterizos marroquíes permitían a los inmigrantes cruzar a territorio español. Empaquetó su pasaporte, su computadora y dos pares de zapatos antes de tomar un taxi hasta un punto cercano a la frontera.
Desde allí, dijo, los soldados marroquíes le dieron algunos consejos útiles diciéndole que continuara a pie.
En la mañana del 17 de mayo, cuando inició una afluencia que duró dos días, muchos otros llegaban a Ceuta por mar.
Las unidades de rescate españolas se esforzaron por salvar bebés mientras las familias eran arrastradas por las corrientes al intentar nadar alrededor de la valla fronteriza. Hay videos que muestran a los guardias fronterizos marroquíes abriendo una puerta mientras llegaban más inmigrantes por tierra.
Muchos de los refugios desbordados rechazaron a los recién llegados, dejando a muchas personas a su suerte en las playas de Ceuta, en las cunetas e incluso en una prisión abandonada. Unidades militares españolas fueron desplegadas en el enclave para restablecer el orden.
Braulio Varela Fuentes, quien dirige un equipo de rescate acuático de la Guardia Civil española, dijo que empezaron a llegar informes a eso de las 8 a. m. del 17 de mayo de que un grupo de inmigrantes estaba nadando alrededor de la valla fronteriza. Llegó al lugar y encontró a siete personas, en su mayoría hombres.
Pero el número fue creciendo. A eso de las 2:30 p. m., había cientos en el agua, incluidas familias enteras con niños pequeños que no sabían nadar.
“¿Cómo pudieron tirarse al agua con un bebé?”, dijo Varela Fuentes. Señaló que más tarde se encontraron dos cuerpos de migrantes. Probablemente se ahogaron ese mismo día.
Las autoridades españolas deportaron a cerca de la mitad de los migrantes, principalmente marroquíes, en las primeras horas, ante las objeciones de los grupos de derechos humanos. Los menores pueden permanecer legalmente según la legislación española, junto con los solicitantes de asilo.
Y también están los que consiguieron esconderse. Pronto se dieron cuenta de que se encuentran en un callejón sin salida.
John Scott, de 25 años, de Liberia, dijo que había dejado su hogar en 2015, pasando por Malí, Níger y Argelia antes de llegar a Marruecos. Ahora, se encontraba en este pequeño enclave español con apenas unas pocas calles grandes y sin refugio, en una situación aún más deprimente.
“¿Qué tipo de oportunidad es esta?”, preguntó Scott, mientras señalaba su lugar para dormir cerca de un rompeolas.
Juan Sergio Redondo, quien lidera la sección local del movimiento de extrema derecha español, Vox, estaba alarmado por la situación por diferentes razones. Aunque ya habían entrado oleadas de inmigrantes en España, no se había llegado a estos niveles. Las llegadas estaban alterando la naturaleza “española” de Ceuta, dijo.
“Hemos pasado de ser una ciudad del Mediterráneo con carácter andaluz a una que se ha convertido en parte de Marruecos”, dijo.
La semana pasada, Vox planeó una manifestación en Ceuta. Se abandonó rápidamente cuando miles de manifestantes de la comunidad musulmana de Ceuta salieron a la calle. Muchos ondeaban banderas españolas, apropiándose de un símbolo que suele asociarse en España con la extrema derecha.
Cientos de personas golpearon cacerolas, hicieron sonar megáfonos y se enfrentaron a la policía, que los persiguió por los callejones de Ceuta con toletes y rifles.
“Esta son las semillas de la discordia”, dijo Juan Jesús Vivas, alcalde de Ceuta. “Con esto no se juega”.
Norimen Abdeselam Mohamed, una estudiante española de 15 años que participaba en la manifestación, dijo que le indignaba que alguien cuestionara su lealtad por su ascendencia marroquí. Dijo que se sentía solidaria con los migrantes.
“Son personas que han venido por un trabajo y, si vienen aquí, deberíamos darles la bienvenida”, dijo.
En una playa que tiene una vista hacia las montañas de Europa, Halima Hassen, residente en Ceuta, se acercó en su coche. Había pasado la mayor parte del día preparando bocadillos de pan con tomate —unos 200— para entregarlos a un grupo de recién llegados acampados en la playa.
Muy pronto llegó una multitud hambrienta.
De espaldas al resplandor de las luces de la calle, los inmigrantes estaban haciendo sus camas en la playa. Un grupo de africanos occidentales hablaba en inglés y francés sobre lo que habían hecho antes de llegar a Ceuta. Uno había trabajado en un salón de belleza; otro dijo que era un político de la oposición en Guinea que buscaba asilo.
A la mañana siguiente, Sabah Ahmed, de 59 años y dueña de una tienda, había abierto una casa vacía de su propiedad para que los inmigrantes que estaban cerca pudieran ducharse. Como no había suficientes baños en la casa, Ahmed pidió a los hombres que se sacaran la ropa en el techo y se restregaran con jabón mientras alguien les echaba agua con una manguera.
Ahmed dijo que pocos fuera de Ceuta parecían interesados en la difícil situación de los migrantes.
Pero Ceuta era pequeña, dijo. No había suficiente espacio en el diminuto enclave para todos los que querían venir.
“Tengo que darles una charla”, dijo. “Digo que siempre les daremos ayuda. Pero este es mi consejo: a largo plazo, será mejor que regreses a tu casa”.
Aida Alami colaboró con reportería desde Rabat, Marruecos.
Nicholas Casey es el jefe de la oficina de Madrid, que cubre España, Portugal y Marruecos. Pasó una década como corresponsal en América Latina y Medio Oriente y escribió sobre política estadounidense durante la campaña presidencial de Estados Unidos de 2020. @caseysjournal
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